lunes, 25 de mayo de 2009

La Leyenda de La Dama De Plata y el Elixir de lo Eterno, Fiel, y Verdadero



Varios - CelticCuento








Cuenta la leyenda que desde los primeros años de la Antigua Tierra -cuando todo era nuevo y los primeros hombres empezaban a caminar por los prados- La Dama ya correteaba por el cielo nocturno, en esos tiempos donde recién titilaban las primeras estrellas.
La Dama de Plata… sí, lo recuerdo bien; ese era el nombre con el que la habían bautizado los lugareños de Aquel Lugar. Algunos la llamaban así por su brillo y color; otros, en cambio, la apodaban “La Dama Nocturna” porque se la podía admirar única y exclusivamente en la noche. Aunque tenía cientos y cientos de apodos que fueron cambiando a largo del tiempo ya olvidado.
En aquellos días en el país de Aquel Lugar, muchos caballeros valientes de armadura trataban de llegar hasta ella porque se decía que su luz era producto de un elixir que había en su interior; “el elixir de lo eterno, fiel, y verdadero” así lo llamaban los sabios y entendidos ya que -según decían algunos- tenía el poder mágico de darle a los mortales la pureza y la eternidad que tienen los seres celestiales. Esta era una sustancia no tan conocida pero igualmente codiciada ya que a los hombres mortales siempre les gustó la idea de la eternidad, muchas veces quizás por temor a lo que viene después de la muerte, y otras veces –y la gran mayoría de todas- por su amor ambicioso al poder. Obviamente, todo esto era más que una simple leyenda para muchos de los escépticos del pasado. Aunque hubieron muchos que creyeron esta historia, muchos aventureros como el gran Limué, campeón de los espadachines –por ejemplo-, que había perseguido a La Dama Nocturna durante toda una noche montando su caballo Cola azul, que era el corcel más rápido y valeroso de todos los corceles famosos de la vieja época; solamente para poder obtener el elixir más codiciado de toda la Antigua Tierra. Pero cuentan las canciones de antaño que mientras más intentaba acercarse, La Dama de Plata, con un reflejo burlón en su rostro, más se alejaba y se ocultaba entre las nubes oscuras en el dosel del cielo. Frustrado y sin fuerzas, mirando hacia las estrellas, y luego declinando su mirada en señal de derrota, el caballero montado había podido percibir que lo único que consiguió obtener fueron unos hermosos reflejos del platinado brillo en algunas partes dispersas de su armadura que lo hacían sonar como uno de esos bellos conciertos de luciérnagas que solían tocarse en aquellas antiguas noches oscuras de Aquel Lugar. Así como él, muchos otros caballeros valerosos, sabios reyes y príncipes de antaño, y toda clase de hombres lo intentaron pero el resultado siempre era el mismo; fracasos tras fracasos.
Siempre había permanecido así nuestra Señora; quieta durante nuestra quietud, lejos de los hombres, corriendo cuando la perseguían pero cumpliendo su deber de ser “Señora de la noche” y “Faro Nocturno” –otros de los cientos de apodos que ella recibía-.
Hasta que en una hermosa noche de primavera, cerca de la costa oriental, Jack –un joven agricultor extremadamente solitario que vivía en una pequeña cabaña muy cerca de la costa-, tuvo un encuentro inesperado con Marina, la mismísima primera mujer de Aquel Lugar. Ella se estaba ahogando en las aguas orientales luego de ser derribada junto a su bote de pesca por una ola de gigantesco tamaño, hasta que el joven solitario que hacía su visita semanal a la playa –como era de costumbre los sábados por la noche- pudo verla de lejos, y así, armándose de valor, emprendió el heroico rescate. Allí fue donde se conocieron y allí fue donde se enamoraron; mientras él la sostenía en sus brazos observando como las estrellas danzaban en sus ojos humedecidos por el agua, y la Dama de Plata adornaba la ocasión posando como siempre encima del mar con la marca de sus destellos sobre las olas rompientes; ella quedaba en un sueño de amor al escuchar la voz de Jack que preguntaba -¿Te encuentras bien?- con un tono de voz suave y enamorado, así como suenan los acordes del arpa de un juglar mágico o los de un bello ángel celestial.
Desde ese entonces jamás fueron los mismos. Es que ese encuentro bajo La Dama, a orillas del mar, con el bote hundido y el caminar nocturno de Jack por la playa, fue como una especie de arreglo del Supremo para que ambos se conocieran.
Solo se, y muchos saben, que casualidad o destino, suerte o mano de Dios, allí mismo, a orillas del mar, fue donde hicieron un voto, el primero de todos los pactos de amor; un pacto que hasta el día de hoy resuena –aunque ya no con la misma intensidad y pasión- en las sociedades de nuestra tierra contemporánea.
Aún recuerdo exactamente las frases de los tañedores que recitaban la leyenda antigua:


“…Y Ellos se miraron enamorados tomados de la mano, y se dijeron al unísono;


–Prometo amarte hasta el fin de los cielos, allá en las estrellas,
llegando hasta La Dama de Plata, allí donde termina la luz de las perlas,
prometo unirme a ti y no dejarte en situaciones malas o buenas,
hasta que la muerte nos separe y nuestras luces a Dios ya vuelvan-…”




Mientras que en la noche corría una brisa cálida de los climas perfectos de primavera, y las estrellas danzaban centellantes en el cielo; se podía observar al Hacedor que con regocijo les daba su bendición haciendo de juez y testigo; haciendo que de los cuerpos de Jack y Marina nacieran dos enormes alas blancas -tan blancas como la nieve y los más blancos glaciares-; eran las alas del amor eterno. Con estas ellos pudieron volar muy pero muy alto. Tan alto que llegaron hasta donde nadie había llegado jamás… hasta la mismísima Dama de Plata. Así, estos enamorados se convirtieron en los primeros mortales en caminar sobre sus tierras y los primeros en alcanzar su mágica luz hermosa; el elixir de lo eterno, lo fiel y verdadero.












Tin...